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Me enseñaron de colegial en la SAFA que los picos de Urbión se localizan en el Sistema Ibérico, que la valencia del oxígeno es menos dos y que Dios ama a los buenos. Con el tiempo me he convertido en corredor de montaña, que es donde respiro mejor y donde me siento un elegido. Gracias a la educación que recibí percibo el Sinaí en la geografía y la vida eterna en la estructura molecular: si soy el setenta por ciento de agua es porque contengo el Jordán.

De ahí que entienda la Ley Celaá como un ataque a la alegría. El Gobierno antisistema es consciente de que sus tres pilares (la casa del pueblo, la lucha de clases y el pensamiento único) no tienen nada que hacer por las buenas contra la catedral, la democracia cristiana y el libre albedrío, de manera que aprovecha la mayoría parlamentaria para acabar con una educación, la concertada, que me tiene a mí, que fui niño pobre, como referente.

Las mangas del uniforme que utilicé en los jesuitas no me llegaban siquiera al codo cuando cursaba séptimo. Y Santi calzó sandalias durante toda su etapa escolar. Ninguno de los dos vivíamos en Galapagar, pero el Gobierno ha conseguido hacer creer que la concertada es una escuela para ricos. El Gobierno, claro, cuenta con la aquiescencia de una sociedad estúpida, que es aquella que cuando el dedo señala a la luna ni mira al dedo ni mira a la luna.

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