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En los bajíos del rompeolas del casoplón manchego se han estrellado los recuentos de Tezanos, las previsiones de casi todos y las vergüenzas de los que pusieron ardor guerrero en algo que era simplemente constatar el estado de conformidad o desacuerdo con lo que se tenía delante. Por una vez me quedo con la única frase sensata pronunciada postelecciones en la capital del Reino. Circunspecto  -el horno no estaba para algarabías- Ábalos resumía la jornada en un felipista alegato de entender el mensaje: «no hemos sabido conectar con un estado de ánimo».

En efecto el estado de ánimo, que viene a ser el Estado de la Nación sin debate, era sencillamente de un mayoritario cabreo contra la clase política por no entender que al ciudadano, aquí y ahora, lo que le importa es saber cuándo lo vacunan, cuándo abrirá la tienda de la esquina que tuvo que cerrar por no poder resistir, cuándo y cuántos volverán a sus puestos de trabajo en el momento en que todo esto pase, en qué pararán finalmente los Ertes, cuándo mejorará un sistema sanitario que ni fue previsor, ni se le dotó de medios, ni de material de protección; cuándo llegará ese maná salvador tan anunciado y tan repartido en palabrería mitinera como mentiroso en su más pura realidad, porque los proyectos se han enviado a Bruselas hace unos días y ahora hay que estudiarlos con lupa para evitar que se salgan de los parámetros acordados.

Eso y no otra cosa es lo que a los madrileños y por extensión al resto es lo que realmente les importaba y les importa. Lo que ya no les importa -¿habrán tomado nota?- es una campaña electoral zafia, llena de improperios, de matonismo, de salidas de tono tales como…»habrá que meter a Ayuso en la cárcel», del fracasado Iglesias, o el «tiene cara de amargada», de la tal Monasterio, que no hace honor a lo trascendente y espiritual de su apellido.

El pueblo, cada vez más harto de esta cuadrilla, ha demostrado más madurez que esa constelación de fugaces y mediocres estrellas que nos gobiernan o aspiran a hacerlo. Constatemos además que inexplicablemente los electores han cobrado deudas pendientes. La huida en su día de Rivera y los vaivenes de Arrimadas le han hecho fracasar a una persona tan sensata, educada y preparada como Edmundo Bal. Otro tanto puede decirse de las buenas maneras y la sensata elocuencia de Gabilondo que, plegado al partido, cambió su desdén por «este Iglesias» por aquello de «nos quedan diez días, Pablo, para ganar».

Lo de Iglesias merece atención aparte. Baja a la arena con el objetivo de hacer sumar a las tres formaciones de izquierda y poder presentarse por segunda vez como el conseguidor de un consenso que llevara al progresismo a la Puerta del Sol. Los ciudadanos, ni siquiera los del cinturón rojo, le han comprado su mensaje. Acusado de instigador del matonismo desatado en Vallecas y mentiroso rotundo cuando le afirmó a Ferreras que recogería su acta y ejercería de simple diputado regional, no tuvo otra que darse el piro de la política de partido para dedicarse seguramente a lo que realmente se dedicó…a enturbiar el agua y agitar a sus fieles de puertas afuera y procurarse un capitalito, una casa de las que criticaba que otros poseyeran y como buen caudillo saltarse a la torera las normas de elección de cargos nombrando ‘in pectore’ a sus sucesoras. Conseguido lo cual «miró al soslayo, caló el chapeo, fuese y no hubo nada». Nunca sabremos si cerró al salir. Lo que sí sabemos es que estará entre bambalinas a las órdenes de quienes sean sus próximos jefes.

Creo que Vox está próximo a su techo y que el PP de la mano de una «actriz de cine mudo» al decir de Raúl del Pozo, ha cosechado un triunfo inesperado por su magnitud, gracias al barrido de la escena de Ciudadanos y a ese bien explotado argumento de que dejó hacer combinando pandemia con economía que muchos han agradecido. Casado se apunta a un triunfo que no le corresponde y Sánchez por los altos de la Moncloa respira por el rejonazo y ya piensa en cómo desbancar a Susana y cómo recomponer la taleguilla rota. Acabado el estado de alarma, se inhibe a favor de las autonomías y deja en manos de los jueces decidir si alguna dicta normas no convenientes.

Comprenderán un poco todos los actores de esta tragicomedia eso de «no hemos sabido conectar con un estado de ánimo».

 

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