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Las expectativas generadas por el progreso del programa de vacunación, que según todos los vaticinios deberá concretarse más claramente a partir del segundo semestre del año, están  alentando los fervientes deseos de  conseguir el fin de esta crisis. La contundencia de la excepcional dotación de estímulos fiscales y monetarios, cifrada en 24 billones de euros,   materializada por gobiernos y bancos centrales, incluso más relevantes  que los  aplicados tras la Segunda Guerra Mundial, están sembrando todo tipo de expectativas sobre la certeza de que las economías recuperen en los próximos meses los niveles de  actividad económica anteriores a esta recesión. 

Sin embargo algunos expertos alertan sobre el excesivo calentamiento que  están sufriendo algunos mercados, como el petróleo, materias primas, las bolsas, etc., que  entrañan el riesgo de que este precipitado rally alcista de los precios pueda generar niveles de inflación que compliquen la recuperación, obligue a modificar las políticas monetarias de los bancos  centrales, y requiera incluso retocar lo tipos de interés. El mejor indicador en este sentido lo proyecta la evolución de la rentabilidad del bono de EEUU a 10 años, que ha escalado en el mes de febrero del 1.067% al 1.52%, recuperando niveles previos a la pandemia, y el bono alemán, referencia en Europa, que ha subido del menos -0.50% al menos -0.25%.

En realidad un alza del IPC, hasta niveles que no superen el entorno del 2%, (algunos economistas señalan que la cota peligrosa comienza  si llegara al 3%), debería ser aceptada como una señal inequívocamente positiva de que la economía crece a niveles consecuentes con esa recuperación de la actividad económica. Sin embargo, como señala Nuria Sandoval, “más inflación implica menos rentabilidad final para los inversores, ya que reduce su capacidad de compra, lo que obligaría al emisor de los activos a un incremento  de los tipos, es decir, un incremento en el coste de financiación, que es precisamente lo que quieren evitar los bancos centrales desde el comienzo de la crisis y, por otro lado, si la deuda ofrece mayor rentabilidad que la renta variable, puede ser muy contraproducente para las bolsas”.

En este escenario, resulta indudable que, si alguna causa extraordinaria no  altera el curso de la recuperación económica, la inflación debe seguir  reflejando esa mejora escalando hasta niveles que, en principio, no superen los límites anteriormente señalados, lo que exigiría que los inversores asuman que la escalada inflacionista deba mantenerse por algún tiempo de tal forma que permita reducir los estímulos monetarios, y sigan apostando por los activos financieros sin exigir mayores niveles de rentabilidad.

En cualquier caso, el principal reto es conseguir que este amago de la evolución de los tipos de los bonos americanos, provocado por los primeros indicios de un alza en la inflación mundial, no se traslade hasta el punto de que los bancos centrales deban incidir sobre los tipos de interés, aspecto sobre el que, por  el momento, tanto la FED como el BCE se manifiestan en el sentido de que tenemos tipos de interés negativos para rato, si bien sería necesario que, en general, se atemperaran las ansias por subir precios para coadyuvar a consolidar la recuperación, porque si el ritmo de subida de los precios es controlado, la incidencia sobre los bonos será fácilmente digerida y evitaría modificar las políticas monetarias actuales tanto en lo que respecta  al retoque de los tipos de interés como a la liquidez facilitada por los bancos centrales.

 

 

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