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Analizar la evolución del sector olivarero en los últimos 60 años debe comprender diversos aspectos esenciales que, en su conjunto, han evidenciado una transformación profunda en uno de los sectores que, a pesar de su supuesto carácter inmovilista, está demostrando, especialmente en los últimos tiempos, una reacción para adaptarse a los avances tecnológicos,  incorporando a sus procesos de producción, comercialización y desarrollo innovaciones de todo tipo.

Como primer productor mundial del aceite de olivar, 2.650.000 hectáreas, es decir, el 23,26%, de las plantaciones del planeta, están en España, el sector tiene el reto constante de abanderar los sistemas que integran el núcleo total de la explotación y comercialización del producto. Cada año  se plantan en el mundo 162.000 Ha. de olivar porque, si es verdad que el consumo en nuestro país está estancado, su incremento en el resto del mundo está extendiéndose progresivamente  de tal forma que amenaza la primacía que mantiene nuestro país.  

Como señala Rafael Sánchez-Puerta, Presidente del Consejo Sectorial de Cooperativas Agro-Alimentarias de España, “la función de liderazgo supone una gran ventaja, pero también una gran responsabilidad. España, que ya lidera claramente la producción, el mercado y la investigación, tiene la obligación de liderar también la imagen. Los consumidores mundiales deben percibir y defender la ‘Marca España’, para lo que hay que ganar la batalla de la comunicación y trasladar los más altos estándares de calidad, seguridad alimentaria y de confianza a todos los consumidores, porque, en definitiva, nos estamos jugando nuestro futuro”.

Sin embargo, a pesar de constatar su transformación paulatina en aspectos fundamentales para mantener el liderazgo mundial, todavía subsisten las tradicionales rémoras que lastran un mejor y más vigoroso desarrollo del sector. Me refiero a aspectos como: la atomización de la producción, que genera efectos muy lesivos para la producción y, especialmente en mi criterio, en la potencia de la oferta, aunque es verdad que en los últimos años se ha conseguido avanzar en la dirección adecuada en este aspecto; la baja dimensión económica que dificulta la economía de escala y limita la competitividad; la rigidez de la demanda, concentrada en pocos operadores que, obviamente, pretenden llevar la iniciativa de la formación de los precios, adaptándolos a su mejor beneficio e intereses; posición de desequilibrio en los distintos eslabones de la cadena alimentaria; banalización del producto utilizado por las grandes cadenas como reclamo para atraer a los consumidores con ofertas que atentan con eliminar el valor añadido de puede generar el producto restándoles importancia y relevancia como alimento trascendental; riesgo de baja diferenciación; peligro de relevo generacional dadas las características de envejecimiento de los productores…

El estudio realizado, actualizado a 2020, por José María Penco Valenzuela, por iniciativa de AEMO  (Asociación Española de Municipios del Olivo), facilita una precisa información según el tipo de cultivo relativas a producciones medias por hectárea, costes medios de explotación comprensiva de todos los gastos inherentes a la misma, rendimiento graso promedio, datos fundamentales que, en definitiva, son esenciales para determinar la situación actual del sector y sus expectativas de futuro, absolutamente supeditado a la estabilidad de un nivel de precios adecuado. 

En base a este informe, la diversificación de los sistemas de cultivo se erige como un factor esencial en el devenir del sector. Durante los últimos 20 años la superficie plantada de olivar ha aumentado un 20,25%, incrementando su incidencia en Andalucía y Extremadura, generalmente en olivar intensivo y en seto de regadío, lo que está provocando ciertas disensiones en la oferta  por la diferencia sustancial del gasto y, consecuentemente, en el beneficio de explotación que supone cada tipo de explotación en relación con el precio final de venta. El olivar tradicional, que ocupa el 71% de la superficie plantada, se ve amenazado por la elevada estructura de costes que debe soportar en relación con otros sistemas de cultivo, lo que exige que el precio de venta para obtener un beneficio se sitúe en niveles que en muchas campañas, como señalan las estadísticas, partiendo de las mismas categorías de calidad de los aceites obtenidos, ha estado muy por debajo de esa expectativa. Así el precio medio ponderado entre las distintas categorías del  Poolred entre 2010-11/hasta 2019-20 de los AOVE fue de 2.25 el 25% del tiempo, y otro 25% a 3.27, siendo el precio medio del periodo 2,80. En este período el precio máximo alcanzó 4.23 euros y el mínimo 1.74. Resulta obvio que estos niveles de precios, en algunas campañas,  han provocado pérdidas, ya que el coste de explotación se sitúa, para ese tipo de explotaciones no mecanizadas, en 3.52 euros por kilo y en 2.64 euros para las mecanizadas de secano y a 2.18 para las de regadío, respectivamente. Por otro lado, estos datos se completan con una estimación de los precios del umbral de rentabilidad del aceite en origen para un beneficio empresarial del 20%. Así se considera que el precio necesario en origen (almazara) y a granel para que el agricultor obtuviera un beneficio del 20% sobre costes en cada sistema de cultivo, debería estar comprendido entre 4.23 euros para el olivar tradicional no mecanizado, 3.16 para el mecanizado de secano y 2.62 para el de riego.

Sin embargo, si trasladamos nuestro análisis a las explotaciones intensivas, tanto de secano como de regadío, y a las de seto, resulta palpable la determinación que los costes de producción  tienen en las cuentas de resultados de estas formas de cultivo en relación con las tradicionales, ya que en estos sistemas se ven reducidos a 1.90 en el intensivo de secano, a 1.60 en el de regadío y a 1.49 al sistema de explotación en seto. De igual forma se aprecia diferencia ostensible en lo relativo a los umbrales de rentabilidad, ya que en el caso del intensivo de secano la venta debería realizarse al menos a 2.28, 1.93 para el de regadío y 1.78 para el de seto.

La deducción más próxima al analizar estos datos es que el olivar tradicional sufre de forma cíclica los bajos precios y pone de manifiesto que siendo capaz de generar la mitad de la producción mundial, no somos capaces de controlar los precios en el mercado. Por otro lado hay que considerar que este tipo de explotación se sostiene, en una buena proporción, especialmente en pequeñas extensiones, gracias a las subvenciones y a que el laboreo es realizado por el propio productor y quizás pueda explicar la rapidez con que muchos productores, especialmente los más pequeños, quieren realizar sus producciones una vez terminada la recolección, urgidos por su  falta de recursos, restando posibilidades de aguardar para efectuar las ventas en momentos más  propicios.

Los datos aportados muestran la diversidad de las características de cada tipo de explotación, especialmente en lo que respecta al resultado final, lo que hace tremendamente complicado señalar un precio justo sostenido del aceite o, al menos, una horquilla de precios, que puedan satisfacer claramente a todos los productores, máxime cuando ya hemos experimentado a lo largo de los años nuestra incapacidad para influir en los mercados de forma decisiva. No obstante es verdad que la situación actual invita a ser optimistas e insistir en la dirección actual: apostando por reducir las ventas a granel en beneficio del envasado, sólo comercializamos en esta forma el 9% de nuestra producción, lo que contribuirá a recuperar el valor añadido; seguir  potenciando la oferta mediante la concentración de la producción; intensificando la selección y la calidad del producto; exigiendo la pronta modificación de la Cadena Alimentaria para alcanzar unos precios más sólidos, evitando la volatilidad actual para lo que es necesario remitirse al informe realizado por el catedrático Manuel Parras Rosa y su equipo de la Universidad de Jaén,  en el que se demuestra que la cadena de valor del aceite  de oliva sufre tremendos desequilibrios que inciden sobre el resultado final de explotación; seguir insistiendo en la conquista de nuevos mercados y, especialmente, potenciar el consumo interno cuya evolución debe incrementarse sustancialmente.

 

 

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