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La Unión Europea, desde su origen en los años 50, mantenía una recurrente ambición de erigirse en la unión económica y monetaria en la que deberían incluirse la coordinación de las políticas económicas y fiscales, una política monetaria única y una moneda común. Los sucesivos pasos desde su nacimiento han supuesto que en la actualidad estén ya integrados en la Unión Europea 28 países miembros (aunque algunos no han adoptado el euro como su moneda), permitiendo una integración política, económica y monetaria que, aun estando incompleta y continuamente en reforma, ha supuesto un gran avance en la dirección de conseguir un área unida, fuerte, independiente y próspera.

No fue, sin embargo, hasta 1995 cuando se abordó por los países, ya entonces miembros, la creación de la moneda única europea cuya implantación, el 31 de diciembre de 1998, fue para los ciudadanos europeos el inicio del período transitorio de tres años y de la convivencia de sus propias divisas con la nueva moneda a la que se le aseguraba un incierto futuro, tanto fue así que, en los primero albores de su andadura, en octubre de 2000, tuvo que afrontar que su cambio, que al inicio era de 1.07 dólares por euro, se derrumbaba hasta el catastrófico nivel de 0,825 dólares por euro, quizás imputable a la reacción americana no contenta con que la nueva moneda de Europa pudiera discutirle la soberanía internacional al dólar.

Obviamente el establecimiento del euro generó ventajas e inconvenientes no sólo   para los países miembros sino también, especialmente, para sus ciudadanos. Si la implantación de la nueva divisa suponía una serie de ventajas tales como: la libre circulación de bienes, capitales, personas y servicios, la eliminación de los riesgos de cambio en el ámbito de los países miembros, el estímulo y aumento de las transacciones comerciales y la certeza de provocar mayor estabilidad en la economía comunitaria, también supuso una serie de desventajas, entre las que destacamos la pérdida de soberanía de los estados miembros en la implementación de medidas de política monetaria, ahora bajo el auspicio total del BCE, subida generalizada de los precios básicos e incremento de las tensiones inflacionistas, y, sobre todo con especial incidencia para los ciudadanos, la armonización de ciertos precios básicos en los diferentes países con la desventaja de la imposibilidad de ajustar en la misma proporción los ingresos salariales generales.

Quizás lo más relevante para nuestro país, en cuanto a los quebrantos enumerados anteriormente, sobre todo para los ciudadanos, esté centrado en constatar la merma del poder adquisitivo de sus salarios a pesar de los mensajes tranquilizadores difundidos a nivel estatal, ya que en un solo año la cesta de la compra se incrementó en un 18% y según los cálculos de algunos analistas, a final de 2016 la compra se había encarecido un 58% por encima de los salarios. Quizás, de alguna forma, inconscientemente, dimos al euro el valor psicológico de una moneda de 100 pesetas…. A pesar de todo el balance final desde nuestra incorporación a la UE ha sido tremendamente beneficioso tanto para el desarrollo económico y social de nuestro país como a nivel del progreso personal.

 

 

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