Skip to main content

Con un título tan lacónico voy a juntar en un mismo vaso dos líquidos inmiscibles, ciencia y filosofía, que sin embargo estuvieron en un único tronco del conocimiento durante muchos siglos. Los químicos y los cocineros saben que la mejor forma de mezclar un líquido hidrófilo (agua) con otro hidrófobo (aceite) es mediante una agitación rápida y enérgica que produce minúsculas gotas del segundo suspendidas en el primero, así los químicos crean una emulsión y los cocineros una mayonesa. Esta metáfora me servirá más adelante para intentar hallar puntos de encuentro entre la ciencia y la dignidad.

La dignidad, término que figura en el título, ha sido tradicionalmente tratada desde la filosofía o desde la religión, que en el momento de ruptura con la ciencia fueron metidas en el mismo saco.

¿Cuándo y por qué se separan la ciencia y la filosofía? Los filósofos de la ciencia no llegan a situar de manera clara el momento de inicio de esta separación, especialmente cuando surgen a lo largo de la historia hasta nuestros días, grandes científicos que también se atrevieron con la filosofía.

Pero está claro que a partir del racionalismo cartesiano, de la mano de Henri du Roy, Huygens o Mariotte, se materializa el desarrollo de una ciencia desligada de la filosofía; y posteriormente, Newton profundiza en esta separación, y Kant la consagra.

Tampoco hay un único motivo para esta separación, y de nuevo los filósofos de la ciencia aducen al creciente desarrollo del conocimiento científico en el Renacimiento y el siglo XVII, hasta la ruptura definitiva con el Positivismo del siglo XIX. El auge de la ciencia aumenta el declive de la filosofía: la comprensión del ser humano y del mundo no necesitan de la metafísica, porque el marco de la realidad se reduce al hecho positivo, tangible, que puede explicarse con el método científico.

El ámbito en el que puede haber fricciones entre la ciencia y la dignidad es especialmente en el de las ciencias de la vida, que se encuentran en un momento de grandes descubrimientos científicos dentro de un paradigma que, según no pocos científicos, no puede contener todos estos descubrimientos de manera satisfactoria.

El filósofo de la ciencia Thomas Kuhn[1] adoptó la palabra paradigma para referirse al conjunto de conocimientos y prácticas que definen a una ciencia normal durante un tiempo determinado. Por decirlo de una manera sencilla, el paradigma de una ciencia define los límites dentro de los cuales se admite un conocimiento dentro de esa ciencia, y qué es lo que queda fuera.

En el paradigma de una ciencia se recoge todo lo referente a la investigación en esa ciencia: los planteamientos teóricos básicos, lo que se debe investigar en esa disciplina, el tipo de métodos y metodologías legítimas, cómo debe diseñarse un experimento, cómo deben interpretarse los resultados, el desarrollo de textos científicos, etc. Es decir, un paradigma suele ser muy estricto a la hora de admitir los resultados científicos.

Pero un paradigma no es la verdad. Los paradigmas científicos se abandonan por otros, o se renuevan, conforme la ciencia avanza y sus descubrimientos no encajan en el paradigma consensuado de ese momento. Thomas Kuhn también describió este proceso de quitar un paradigma obsoleto y admitir otro más amplio. Un ejemplo de este cambio de paradigma fue cuando la física newtoniana tuvo que admitir los principios de la relatividad o de la mecánica cuántica.

En la actualidad, las ciencias de la vida, que engloban las numerosas disciplinas de la Biología y las bio-médicas, fundamentan su paradigma en una única realidad material y organísmica de los seres vivos. Los organismos son materiales y están regulados y codificados por elementos igualmente materiales, en este caso, el código genético. Todos cambian por mutaciones genéticas al azar que son promovidas por la selección natural, lo que da lugar a la evolución, que es ciega, sin una dirección preconcebida. No hay una finalidad trascendente en la vida, más allá de lo que se encuentra determinado por el código genético.

Esta podría ser una apretada síntesis de las claves del actual paradigma de las ciencias de la vida, seguro que deficiente, pero que supone el escenario del primer gran desencuentro con la dignidad.

Pero antes debería introducir el concepto, y la verdad es que es difícil poder dar una definición de la dignidad, más allá de la simpleza del diccionario de la Real Academia Española (dignidad: cualidad de digno; digno: merecedor de algo). Javier Gomá[2] escribía en “El País” que “el escándalo de la filosofía es, a mi juicio, que todavía falte un argumento decisivo sobre la existencia de la dignidad —esa realidad moral— y sobre su contenido. No hay noción filosófica más influyente y transformadora y, sin embargo, carece de un filósofo a la altura de su importancia”.

Debemos a Kant un acercamiento notorio al concepto de dignidad, y estaría en relación con todo aquello que no puede comprarse o intercambiarse por algo equivalente, es decir, todo aquello que no tiene precio. Para Kant sólo el ser humano posee en pleno derecho esta cualidad que no puede canjearse por nada, y que se reconoce como un fin y nunca como un medio. Esta posición será el punto de partida para incluir la dignidad en la universalidad[3] de los derechos humanos.

Pero Kant no es el primero que aborda el asunto de la dignidad; numerosos autores clásicos la han tratado, y la relacionan con la propia esencia del ser humano. Delia Steinberg, recogiendo muchas de esas fuentes, vincula directamente la dignidad con la posibilidad de desarrollar lo mejor de uno mismo, y agrega que ese grado de excelencia en potencia, es inherente a la condición de ser humano. Para ella, todos los seres humanos tienen la posibilidad de alcanzar ese estado de plenitud, esa eudaimonia[4] que diría Sócrates, y describe la vía del héroe cotidiano[5] como la forma más natural y universal de poder alcanzar ese grado de excelencia. La dignidad se halla, no al final del camino, sino en la propia posibilidad de tener un camino, que según Delia Steinberg es la situación de cualquier persona, y por lo tanto es universal.

Al relacionar la dignidad con la propia esencia del ser humano, se centra la cuestión en definir al ser humano, ¿qué somos? Esta es la pregunta filosófica por excelencia, abordada por tantos filósofos a lo largo de la historia, y es uno de los principales desencuentros entre ciencia y dignidad.

La ciencia, en especial las ciencias biomédicas, han ido alcanzando grandes descubrimientos en cuanto a las investigaciones sobre el ser humano. A través del Proyecto Genoma Humano, la comunidad científica terminó la secuenciación del ADN de nuestra especie, los descubrimientos en biología molecular son incesantes, y desde la ciencia normal[6] parece consolidarse la idea de un ser humano exclusivamente material, sujeto a la ciega evolución conducida desde los genes, sin ningún sentido ni fin trascendente, más allá del funcionamiento del organismo, el cual puede explicarse desde la ciencia normal, sin necesidad de recurrir a ningún otro conocimiento. Es la imagen, sofisticada y muy elaborada, del animal racional.

Todos estos avances científicos llevan a la posibilidad real de manipular el organismo, lo que unido a esa visión reduccionista del hombre, genera un fuerte choque con el Derecho y las visiones humanista y religiosa del ser humano, que depositan su esencia, es decir, su dignidad, no sólo en su cuerpo físico, sino principalmente en los valores morales, culturales y afectivos que ha ido adquiriendo a lo largo de su evolución, independientemente de la evolución genética, y que se encuentran básicamente sustanciados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

Esta situación dio lugar al surgimiento de una disciplina nueva, la bioética, desde la que se intenta contener las posibilidades de manipulación sobre el organismo que ofrece la ciencia, dentro de unos valores morales universales. Hay numerosas referencias y trabajos que recogen estos enfoques.

La situación se complica porque entorno a la visión reduccionista del ser humano como únicamente un cuerpo biológico, se han ido acumulando gran cantidad de intereses económicos, que impulsan actuaciones en el organismo del hombre al margen de la propia dignidad del ser humano, como la forma de consumismo ciego e irresponsable, la posibilidad de seleccionar la descendencia, o la acumulación de tecnología imprescindible para producir alimentos y bienes de primera necesidad, en manos de unas pocas multinacionales, por poner sólo unos ejemplos del riesgo de disociación entre ciencia y dignidad.

¿Cuál es la esencia del ser humano, más allá del reduccionismo materialista? Aquí podríamos encontrar discrepancias dependiendo de la visión filosófica o la visión religiosa, pero en términos generales, la esencia del ser humano, es decir, aquello que le proporciona la dignidad, porque no tiene precio (recordando a Kant), sería la posibilidad de discernir en base al conocimiento de las causas y los efectos, la posibilidad de conectar y establecer puentes con una realidad trascendente donde puede encontrar sentido a la realidad temporal, la posibilidad de desarrollar valores morales que privilegien el bien común.

Por tanto, el problema surge cuando la ciencia (y sus aplicaciones tecnológicas) ofrece la posibilidad de actuar en el ser humano, y en la naturaleza (que llega a considerarse una extensión del hombre) sin tener en cuenta la propia dignidad del ser humano, que se soslaya en medio de una visión reduccionista y de la justificación del beneficio económico.

Hay más perspectivas en las relaciones entre ciencia y dignidad. Por ejemplo, el carácter exclusivo que ha tomado la propia ciencia en relación a otras formas de conocimiento, es decir, considerar que el único conocimiento válido es el científico (el de la ciencia normal). Esto lleva a veces, a posiciones radicales en las que se desprecia cualquier otra consideración que no provenga del mundo de la ciencia, por lo que el diálogo con la filosofía en búsqueda de la dignidad, se vuelve estéril.

A causa de esta creencia en la infalibilidad de la ciencia, estamos viviendo situaciones de fundamentalismo cientifista, dispuestas a encender hogueras contra todo lo que se salga del paradigma, situaciones contradictorias con la apertura de mente que es imprescindible para el ejercicio de la ciencia.

Tal vez estemos siendo espectadores del inicio de una nueva fase de las descritas por Thomas Kuhn en su modelo de desarrollo científico[7], cuando se acumulan descubrimientos que no encajan bien con el paradigma establecido, y la ciencia normal pasa a la fase de ciencia en crisis, antesala de una revolución científica. Y lo cierto es que existen esos descubrimientos “rebeldes”, difíciles de encajar, que están dando lugar a propuestas alternativas, como el Manifiesto por una Ciencia Postmaterialista[8], suscrito por cientos de científicos. Tal vez el radicalismo fundamentalista de algunos divulgadores científicos sea consecuencia de esta situación de revisión del paradigma.

Por último, se pone de relieve la necesidad de que vuelvan a reunirse ciencia y filosofía, cada cual sin renunciar a su campo y a sus logros, pero juntas posibilitando que el ser humano pueda desarrollar todo su potencial, en equilibrio con el planeta.

La humanidad y el planeta se encuentran en una encrucijada difícil. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible[9], del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, suponen un escaparate inmejorable para tomar conciencia de esta situación mundial. Y para alcanzarlos, debe actuarse desde todos los ámbitos del saber. Hay un ejemplo geométrico que ilustra muy bien esta necesidad de trabajo cooperativo entre las diferentes formas de conocimiento: se dice que los elementos que conforman una civilización serían como las cuatro caras de una pirámide, que en la base están aparentemente opuestas, pero conforme se asciende por ellas, se produce un acercamiento.

Y retomando el ejemplo inicial de la suspensión del aceite en el agua creando una emulsión, esa puede ser una metáfora de esa relación ciencia-dignidad: ninguna puede diluirse en la otra, pero juntas generan otro ambiente diferente.

Este sería el diálogo constructivo entre la ciencia, el creatividad del arte, la sociopolítica y la espiritualidad (que podrían ser cada una de las cuatro caras de la pirámide) con la dignidad (la propia esencia del ser humano), que sería el eje de esta figura geométrica.

 

 

[1] Thomas Kuhn (1972). La estructura de las revoluciones científicas.
[2] Javier Gomá Lanzón. Qué es la dignidad. https://elpais.com/elpais/2016/06/22/opinion/1466611644_402913.html
[3] La Declaración Universal de los Derechos Humanos dice en su artículo 1 que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
[4] Estado de felicidad completa, de prosperidad, de florecimiento humano. Es el Bien Último de Sócrates.
[5] Delia Steinberg Guzmán. (1996) El héroe cotidiano.
[6] Según la terminología de Kuhn, la ciencia normal es la que se desarrolla dentro del paradigma establecido.
[7] Thomas Kuhn. Op.cit.
[8] Mario Beauregard at al. (2014). Manifesto for a Post-Materialist Science. Revista Explore, Vol. 10(5): 272-274. En español puede consultarse el siguiente enlace: https://elcorreodelsol.com/articulo/los-18-puntos-del-manifiesto-por-una-ciencia-post-materialista
[9] Ver ¿Qué son los Objetivos de Desarrollo Sostenible? http://www.undp.org/content/undp/es/home/sustainable-development-goals.html

Dejar un comentario