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Firmas InvitadasJosé María Suárez Gallego

El bolero del falso Tarzán

By septiembre 15, 2016abril 6th, 2022No Comments

Uno de los peores males que puede envenenar las entretelas del ser humano es el espíritu del yogur, ese que te hace sentir, irremisiblemente, que estás caducado según la etiqueta que envuelve tus michelines indecentes y tus abominables alforjas sebáceas a prueba de las genialidades del marketing televisivo. Hay que admitirlo: la vida es una aventura de la que nadie sale vivo por mucho que nos vendan en la tele, a altas horas de la madrugada, que las excrecencias tocinarias que nos genera el tinto con gaseosa y las tapas de torreznos, se pueden eliminar enchufando las grasas de tu barriga a seis ventosas y otros tantos cables de colorines por “yonosecuantoseuros”. Yo creo que en el fondo todo esto se reduce a meterse en el meollo cósmico de la jungla del falso Tarzán, y aceptar que uno acaba aprendiendo a trancas y barrancas que envejecer dignamente es un arte que se exhibe sin pudor ante los que te quieren bien y sin embargo te apuñalan en sus sueños. Que de todo hay en el navajeo del subconsciente

Le oí decir a alguien que las personas, como las ciudades, son lo que buscamos en ellas. Para mí Jaén es ante todo una sucesión de rotondas viceversas, un bosque de semáforos asincrónicos, un desierto de aparcamientos polinómicos y un vergel de cuestas polimórficas en el que hay profundas tabernas logarítmicas. Y bote pronto imagino que llegado el caso podemos perdernos en un anhelo, o en un estrechón de manos, en un deseo hecho acera, o en una querencia convertida en esquina cuando sin prisa caminamos por la ciudad. Pero no es menos cierto que la mayoría de las veces son las ciudades las que acaban perdiéndose en la complicada geografía que delimita nuestras frustraciones y demás zarandajas inconfesables. En el fondo, en nuestras ciudades lo que acabamos buscando siempre es un aparcamiento, y a ser posible no pisar las mierdas del perro de nuestro vecino, que como un cometa sideral sabe como nadie hacérselo en el lugar y a la hora precisa que pasamos en busca del urgente eclipse total de nuestras almas.

El bolero que compuso Armando Manzanero, y cuya letra dice aquello de “esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú” –toda una imagen sonora de personas perdidas en ciudades, y viceversa– nos puede definir el síndrome que padecen quienes más que gozar con el deseo propio de “estar”, lo hacen con la circunstancia de que otros “no estén”. La pasión del mediocre por el ninguneo ajeno.

En las ciudades perdidas muchos hemos aprendido, algunas tardes de lluvia que la gente corría, a buscar en los bolsillos de la trenca las manos más abiertas de nuestras ausencias. Sin darnos cuenta hemos envejecido con cada esquina que le hemos robado a las canciones de Sabina. Ser, más que estar, amigo Sancho. De eso se trata.

Esta tarde hace fresco en Jaén. He descolgado ya la chaqueta de escribirle los prólogos al otoño. Anotaciones urgentes en servilletas del bar: Lo que de verdad da vida a la vieja ciudad no son los pasos de sus apresurados habitantes, sino las cicatrices que en su día fueron heridas de indiferencia en los brazos del falso Tarzán que todos llevamos dentro en esta jungla que llamamos progreso.

Según me informa Google en el teléfono móvil, en treinta y tres minutos debe comenzar a llover. Aligero el paso y me cruzo con niños que hoy han estrenado enormes mochilas repletas de libros que huelen a curso nuevo y a viejo otoño.

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