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Tengo siempre a mano, a propósito de la resignación, para que no caigamos en  errores de siglos, el elocuente texto de la carta que hace casi un siglo  escribiera el entonces prohombre de esta tierra don José de Prado y Palacio al eminente periodista y director de Don Lope de Sosa, don Alfredo Cazabán Laguna.

Le decía así el político al periodista: “Jaén, por ahora, no puede aspirar a ser entre sus hermanas andaluzas una ciudad de primer orden en los aspectos de la vida material; sería una locura soñar con algo que pudiera ser emulación de vida comercial e industrial de Sevilla, de Málaga, de Granada y de Córdoba: pero lo que yo firmemente creo y me propongo, es aspirar a ser la ciudad más culta, más progresiva de Andalucía, y si logramos serlo, Jaén, con su atrayente modestia, con sus calles empinadas, tortuosas y estrechas; Jaén asomado a las vegas del Guadalbullón y del Guadalquivir desde las pendientes rocosas de su viejo Castillo, entre murallones medio destruidos y huertos medio abandonados; Jaén el histórico, Jaén el del Santo Reino, Jaén el de las bellas leyendas, Jaén el de las Navas y Bailén, no tendrá los bríos de las aureolas de otras ciudades andaluzas, ni el encanto de sus luces deslumbradoras, ni será rosa de púrpura sevillana, ni blancura de azahar malagueño, ni frondosidad de granadino arrayán, pero podrá ser y será, albor de amanecer del alma andaluza a una nueva y más fecunda vida, perfume de violetas del sentimiento andaluz fundido en un nuevo y más progresivo espíritu”. Termina la cita. Muy bella y sentimental. Y un retrato al vivo.

Es un testimonio de cientos que hay a lo largo de la historia sobre las renuncias de Jaén, eso sí, adornadas con muy bella palabrería.

Y eso que hablamos de José de Prado y Palacio, que según recogen los cronistas no fue de lo peor que hemos tenido en personajes políticos, Nacido en Jaén en 1865, y fallecido en 1926, fue ingeniero y político, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el reinado de Alfonso XIII, así como alcalde de Jaén y alcalde de Madrid. Ostentaba el título, que era emblemático, de Marqués del Rincón de San Ildefonso, y un sinfín de cargos y prebendas. Publicó su libro “Hagamos patria” y fue asimismo impulsor, entre otras cosas, de la Liga por la Cultura de Jaén.

Se le reconocía una gran agudeza con la pluma. Un ejemplo son dos composiciones contradictorias, Jaén, bella población, y Jaén, infame lugar. La primera la hizo cuando pedía el voto para ser elegido diputado a Cortes, y la segunda, decepcionado, por no recibir el apoyo que esperaba.

Esta es su dedicatoria elogiosa a la ciudad de Jaén:

Jaén, bella población.

Fue por Asdrúbal fundada,

nació en ella un Escipión,

su gente es buena y honrada

y de mucha educación.

Y eso de que «roncan»… ¡¡Nada!!

Es una exageración.

Y esta otra, la pieza satírica cuando los jienenses le dieron la espalda:

Jaén, infame lugar.

Sus habitantes villanos,

los ricos tontos y vanos,

y el mujerío pelgar.

Sólo el templo es singular.

Las monjas impertinentes,

y los frailes pordioseros.

¡¡Dígame!! En este lugar,

¿Qué pintará un forastero?

La verdad es que no todo fue resentimiento. De Prado y Palacio influyó en la expansión y modernización de Jaén y fue el único alcalde que soñó con un Jabalcuz a la altura de sus méritos, pero no tuvo tiempo de llevarlo a la práctica. Después de él nadie lo ha vuelto a intentar.

He recuperado esta imagen para confirmar que hoy como ayer esta ciudad ha padecido sus políticos, pero también nos recuerda lo que Jaén pudo ser y no es. Ahora muchos creemos que hay un nuevo despertar, ojalá sea cierto para que las generaciones que nos sucedan nos traten a nosotros y a nuestro talante con misericordia y si algo cambia sean indulgentes con nuestra atávica indolencia.

 

 

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