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Cada año por este día viene a mi memoria lo sucedido el 23 de febrero de 1981, cuando el teniente coronel Tejero, acompañado de un grupo de golpistas irrumpieron en el Congreso de los Diputados. No voy a hacer la crónica de lo sucedido, porque está en la mente de la mayoría.

Yo viví estos sucesos como periodista, con suma inquietud, pegado como todos los españoles a las noticias de la radio y pensando en todos los padres de la patria, pero en ese momento de un modo especial, en los representantes de la provincia, empezando por el presidente de la Cámara, que era a la sazón diputado por Jaén por UCD, Landelino Lavilla Alsina.

Siete diputados tenía Jaén entonces en el Congreso. Tres por UCD, el citado Landelino Lavilla, José Sabalete Jiménez y Julio Aguilar Azañón; tres por el PSOE, Fernando Calahorro Téllez, José Manuel Pedregosa Garrido y Cándido Méndez Rodríguez, y uno por el PCA, Felipe Alcaraz Masats.

La respuesta de Jaén y su provincia desde el primer momento fue inequívoca al lado de la democracia, salvo algunas incidencias aisladas. El Ayuntamiento, liderado por Emilio Arroyo, y la Diputación, presidida por Leocadio Marín, abordaron conjuntamente el estado de alerta mientras en el Gobierno Civil, donde estaba en ese momento Antonio Ortega Jiménez, se constituyó la Junta de Orden Público para garantizar la seguridad ciudadana. Pero hubo mucha normalidad.

En una entrevista con Cristina Mellado de hace unos años, el primer presidente de la Diputación Provincial en la democracia, Leocadio Marín, que lo era en ese momento del 23-F, contaba de esta manera lo sucedido en Jaén, que me parece un testimonio de interés: “Yo estaba firmando papeles en el despacho, con la radio puesta, cuando tuve noticia de los acontecimientos. Intenté conectar con el PSOE en Madrid, pero no hubo forma de hacerlo. De inmediato pensé en los listados de los afiliados al partido. Bajé en el coche a la sede de la calle Hermanos Pinzón, allí estaban Cándido Méndez, padre, y Luis Benavides y pensamos que lo más urgente era hacer desaparecer la lista de afiliados. Luis Benavides metió en  el maletero de su coche todos los documentos que cabían y  lo aparcó lejos de su casa. Fuimos al ayuntamiento y allí estuvimos toda la noche, con el alcalde, Emilio Arroyo, el teniente de alcalde del PCE, Manuel Anguita, Cristóbal López Carvajal, Cándido Méndez y Fernando Arévalo, que era el jefe de prensa de la alcaldía, con la radio puesta. La gran anécdota de aquella noche fue que hacia las doce de la noche, apareció Luis Miguel Payá, líder local de la UCD, y dijo, “lo que sea de vosotros esta noche, será de mí”. Le he guardado siempre agradecimiento, fue el gesto de un demócrata. Nosotros teníamos por toda protección un cabo de la policía local». Leocadio Marín reconocía en esa entrevista que, aunque el intento en Jaén tuvo poca significación, sí «creó una tensión terrible”.

La preocupación se mantuvo hasta que apareció el Rey Juan Carlos en la televisión, que fue cuando ya se disiparon todas las dudas y quedaron desautorizados todos aquellos que pusieron a España en tan grave riesgo, en un golpe de estado histórico que lo mejor que tiene cada año es poder recordarlo como un suceso lamentable, pero que contribuyó de alguna manera a salvar y robustecer nuestra joven democracia.

He recordado el pleno que celebró el Ayuntamiento de Jaén, dos días después de ocurridos los hechos, que se convirtió en un homenaje a la democracia, en las intervenciones del alcalde, Emilio Arroyo, pero también de los portavoces Manuel Anguita (PCA), Pilar Palazón (PSA), José María de la Torre (PSOE), Luis Miguel Payá (UCD) y Felipe Oya (AP).

Aunque la gran respuesta del pueblo jienense vendría dos días después, el 27 de febrero, en una de las mayores manifestaciones que se recuerdan en la capital, y que fue un auténtico clamor por la democracia. Hasta catorce veces fue interrumpida en la Plaza de Santa María la intervención del alcalde de la ciudad, Emilio Arroyo, cuya actitud fue impecable, mientras la bandera nacional acompañada por dos enseñas andaluzas abrían la marcha en la que figuraban en las primeras filas los parlamentarios, autoridades y representación de partidos políticos y sindicatos.

Una historia triste de nuestra democracia que ojalá nunca más vuelva a repetirse. Por eso podemos celebrarlo ahora, 40 años después, con la distancia del tiempo transcurrido y porque ha madurado este sistema político que nos hemos dado entre todos, que seguro tiene sus imperfecciones, pero que coincidimos en que es el menos malo de los posibles. Que nos dure mucho tiempo.

Foto: Los diputados por Jaén en el Congreso, en un recorte del diario Ideal, donde escribí ese día una crónica.

 

 

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